domingo, 8 de septiembre de 2013

Este viejo de veintisiete


Quiero ser escritor, lo deseo con toda mi alma. Eso es algo que mis amigos saben, que mis familiares saben, que la gente que apenas y conoce mi nombre sabe. Quiero ser escritor.
En ello, en ese deseo, hay mucho de admiración, mucho de emulación, mucho de imitación. Mucho de tan poco.

Admiro mucha gente, distinta y de distintas épocas. Filósofos, ideólogos, políticos, revolucionarios, artistas, pero quizás a quienes más admiro es a los escritores de cualquier especie, a quienes hacen de la palabra su oficio, su arma, su vida.

Esta admiración me hace querer ser como ellos, recorrer sus calles, tener sus amores, pelear sus luchas, en fin, vivir sus vidas. Maníaca obsesión que me iguala al demente y me aleja del artista.  

Por más que se diga que la forma más sincera de adulación es la imitación, no es sino un engaño, una mentira vil con la cual se quiere engañar al espejo, aunque al espejo no hay quien lo engañe.  

Leo para huir de mi vida en dos direcciones. Sé que es difícil de entender, pero bueno, trataré de explicarme.  Sé que la mayoría de lectores (según se dice) busca identificarse con algún personaje en las historias que leen. Yo huyo en dos direcciones, busco identificarme con un personaje ficticio, pero también con el personaje real que pario a ese personaje ficticio.

Mi vida peca de aburrida, es culpa mía, por supuesto, pero no es fácil abandonar el confort, excepto, más que por medio de sueños erráticos y difusos, tal como lo he hecho siempre.

Desde niño me fui haciendo a la idea de formularme ideales de mí mismo. Aquel  infame decir “que quiero ser cuando sea grande”. En un principio quise ser un santo, creía que mi deber era ser una buena persona y como no tenía un gran parámetro para comparar a las buenas personas, me incliné por ser monaguillo. Al poco tiempo me cansé de no poder aprenderme todos los rituales de memoria y de levantarme a las cuatro de la madrugada los domingos pulseando el oficio de la misa de seis.

Poco tiempo pasó y como muchos quise ser deportista (futbolista para ser exacto), famoso, habilidoso y platudo. Pequeño sueño, que no llegaría a alcanzar por indisciplina y falta de destreza. Después, soñé con ser un rock-star, talentoso, famoso y platudo; creo que se observa cierta tendencia por acá.

Pero luego fueron variando mis ideales, fui viendo todo desde otra óptica y de repente la moral era una cosa buena, lo malo de todo esto es que mi moral difería un tanto de la del resto, o al menos del resto de las personas más cercanas.

Así pues, un día amanecí queriendo ser guerrillero, como otros sueñan ser padres de familia. Para ese entonces la lectura ya era una forma acostumbrada de escapar del aburrimiento, por dicha más barata y habitual que los psicotrópicos.

A mí manera, como muchos, fui haciendo “revoluciones” que no consistían más que aventar un par de piedras en una manifa y después salir corriendo.

Pasó lo que tenía que pasar, pasan los años y de a poco me vi en un trabajo en el que ya son años en la planilla. Años sí, eso es justamente lo que pasa, lo que nos pasa todos, excepto a los que tristemente se han ido quedando en el camino.

Mis fantasías se han ido reduciendo, cada día son menos y de menor tamaño. La cosa es que ahora (la verdad desde hace tiempo) quiero ser escritor, ¡me apasiona! Diría que me apasiona lo que escribo, pero sería una gran falta a la verdad. Me apasiona lo que leo, en todos los géneros, ya sean lecturas literarias, periodísticas o históricas. Me encanta sumergirme en los relatos y sentirme quien escribe, quien investigó, analizó y escogió las palabras y el ritmo para plasmar el relato.


La cuestión es que la obsesión de la que hablaba arriba y continúo en estas líneas se vuelve algo patético. Cuando en una ocasión un compañero de trabajo me hablaba sobre el futuro, yo sonreía con cara de imbécil (sí, más que la acostumbrada) y me visualizaba con una buena calva, una barba canosa, una camisa de cuadros, un jeans raído y sesenta años a cuestas.

No me veía con alguien a mí lado ni con una casita con ventana al ocaso ni con un título fanfarroneando en la pared de la casa; me veía estereotípico, escribiendo sobre un viejo cuadernillo mientras tomaba un café en la terraza de algún expendio en Barrio Escalante o San Pedro.

Por fin concibo esto como algo problemático, siempre he sido ese tipo con pinta de enfermo que llega sin compañía a las exposiciones de arte y presentaciones de libros; incluso, los dos últimos años voy solo a los conciertos y, por considerar que a los bares es demasiado, compro whisky y me lo tomo conmigo mismo, a solas en mi cuarto.

El caso es que es evidente mi problema con la humanidad, que no es otra cosa que un problema con mi persona. Refugiarse en libros, periódicos y últimamente en blogs es propio de alguien que está mal, de alguien con problemas.

Cuento esto a modo de confesión, lo que es también una forma de evadir un contacto real con el problema. Lo sano, lo lógico sería hablar con alguien, al menos con alguno de los escasos amigos que aún me soportan a mí a mi psicopatía.

De tope con la realidad
Cada día que pasa se me hace más ardua la socialización y lo peor es que cada vez me es más difícil inventarles defectos a quienes me rodean, así como ingeniar excusas que encubran que soy yo el responsable.

El mundo no es perfecto, la gente no es perfecta, lo sé. Lo que me jode es saber que ni siquiera es como uno piensa que deberían de ser los defectos. No, lo que realmente me jode es saber que ni siquiera me gustan mis defectos, los que he defendido durante tanto tiempo.
En días anteriores me inscribí en tres talleres literarios, con los que espero mejorar mi redacción. Dichos talleres reúnen tres características sumamente importantes por los que decidí ingresar en ellos: uno, son impulsados por el Ministerio de Cultura y Juventud,  lo que satisface mi esnobismo, segundo, son impartidos en un sitio bastante céntrico, B° la California y, por último, son gratis. ¡Vaya, que agarrado soy!

Al llegar a estos talleres digamos que “conozco” a otra gente que escribe, tanto a mis compañeros como a quienes imparten tan gentilmente las lecciones y muy a mi pesar es gente totalmente normal. Me carcome la cochina envidia, tienen vidas tan normales como la mía, o más difíciles, o más acomodadas, pero no van por ahí haciéndole mala cara a todos ni jugando de vivos por su buena o mala suerte.

La mayoría de los que van estas lecciones redactan mejor que yo y ni siquiera lo hacen criticando todo o haciendo pomposos análisis sociales. No, lo hacen contando una parte de sus vidas y, en muchas ocasiones, una parte bonita.

Yo soy más dado a describir mi opinión que a narrar mi vida o lo que me pasa. Esto siempre lo juzgué propio de admiración, sin embrago ahora veo que es una forma más de cobardía. Lo que es peor, incluso mi opinión en la mayoría de los casos es algo que me guardo. Escribo poco y aun así quiero ser escritor.

Pienso durante todo el día un montón tonteras, elucubraciones en las que sigo difiriendo de la opinión pública y general. Igual, no redacto ni un telegrama. Un cobarde es lo que soy.

De a pocos, para colmar el vaso, me vuelvo más huraño, más reacio a compartir. Al llegar a casa, concluidas las labores del día, medio litro de café y medio paquete de cigarrillos son quienes me acompañan mientras leo algo escrito mucho antes de mi nacimiento.

Lo único que me falta es el olor a naftalina y  cortisol (el que seguramente ya despido), Viejo rabietas a los veintisiete.

No, lo que realmente me hace falta es amar la vida un poquito,  dejar de andar de resentido, abandonar las excusas y trabajar en serio por lo que quiero. Así, si algún día llego a ser el viejo escritor que pretendo, seré uno al que dé gusto leer  y no uno del que simplemente se pueda alagar su conocimiento en la técnica y detestar los temas y la forma en que los aborda.  

Sé bien que no causaré una buena impresión en quien lea este texto, en él no hago más que hablar mal de mí. Acribíllenme si así lo desean, posiblemente mi intención sea esa. Aunque pensándolo bien, mi pretensión es cambiar y, aunque a gatas, este parece ser un paso.

   

Aquí dejo el video de Sabina, Tan joven y tan viejo. No se parece en nada a lo que he tratado de explicar, pero bueno, supongo que no hay nada que se aproxime más. 



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