sábado, 12 de noviembre de 2011

Aclaración

Después de leer mi artículo reciente, un buen amigo, me hizo una serie de comentarios que me pusieron a reflexionar. He querido entonces, especificar uno de los puntos centrales de nuestra conversación.
Mi amigo atinó a decir que el artículo en cuestión le parecía un tanto elitista con respecto a la posición que tomaba éste en el sentido de la que llamé: La Responsabilidad Periodística.
Para justificarme, adjuntaré el cuento Ante la ley de Kafka.      

ANTE LA LEY

Franz Kafka

                 Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.
—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.
Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:
—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:
—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.
El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.
—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.

El cuento es claro, al señalar por sí mismo, que el guardián es quién tiene una responsabilidad con el campesino y no al contrario, pues el primero se encuentra al servicio del segundo, como el mismo Kafka se encargó de aclarar en su novela El Proceso.
Comparto con muchos de mis amigos y lectores, el sentido de crecimiento personal individualista y sé, que la formación intelectual y de opinión es una cuestión totalmente personal.
Coincido asimismo, en que es responsabilidad del lector, todo cuanto lee o consume; empero, es mi deber expresar mi sentir respecto a lo escrito, pues es ésta mi posición.
Considero y sigo  defendiendo, que toda persona posibilitada para publicar sus opiniones y conocimientos en los medios de comunicación está al servicio del lector, y por lo tanto, se debe a éste.

la responsabilidad al escribir

La libertad es del hombre el mayor de los derechos, así también como el mayor deber. Es una responsabilidad imponderable, previa  a su consecución y después de obtenida la misma libertad. Es menester entenderse así para su práctica efectiva.
Debe de defenderse su conservación, pues su existencia es inherente a su resguardo. Requiere más trabajo aun el mantenerla que su misma obtención.
Mas aun ¿Qué es de una lozanía en solitario? Después de todo ¿Qué es de mi libertad? Si no la trabajo día con día. Si excluyo de ella a mis próximos.
Bien decía Mijail Bakunin: “Mi libertad se complementa con la  de los demás”. Es entonces obligatorio, para todo libre pensador, libertar los pensamientos de sus semejantes, partir del concepto abstracto de pensamiento y de ahí bregar para la materialización de la libertad común.
Ejercer la libertad es simplemente imposible sin una concepción de ella como una virtud colectiva, por lo que, aquel que tenga en su poder el uso de la libertad, en cada una de sus acepciones, lleva consigo la obligación de trasmitirla a los demás. 
El que escribe
La escritura es la forma más sencilla y arcaica de materialización  de una idea. Si esta idea es libre, si parte de una creación, es, en sí misma nueva; tiene sobre sí, el deber y la responsabilidad  de expresarse, para así tener la mínima forma de trascendencia.
Sin embargo, una idea, concepto o concepción novedosos, no deben de conformarse con quedar plasmadas en lo escrito. Que no mueran de esta forma conformista.
Que lo que se escriba sirva de motor de cambio, de acción o de más creación; al menos, de duda y discusión. “Que valga la pena” exclamaba Joaquín García Monge.
Escribir por antojo, obligación laboral o vanagloria ¡Vaya viral defecto!
Mucho de lo que se lee en nuestros diarios no pasa de ser una agrupación datos más-o-menos narrativa, con poco o ningún valor propositivo. Es incluso difícil distinguir muchas veces la motivación inicial de quién escribe.
Penoso es leer algunos de los artículos que circulan en los medios nacionales, garabateados, parece ser, no más que por llenar las páginas con una masa informe y grisácea de  letras sin ninguna conexión entre sí, que bien valdrían de perorata electoral.
La oportunidad de trasmitir lo que se conoce o se piensa es un beneficio reservado para una minoría, que la mayor de las veces, ignora su suerte y responsabilidad; otras, dolorosamente,  lo hacen por intereses propios o de cercanos.
Los medios son escasos y pocos quiénes tienen la posibilidad de expresarse en ellos. Es hora de emplearlos en provecho de la mayoría, no de su dominio.
Para el lector
Debe de entenderse por fin, que la principal obligación del redactor de medios es con sus lectores, a quiénes les debe no solo claridad y calidad, sino desinterés total y procura por el provecho del mismo lector.
El lector es inteligente y bien sabe lo que compra. El público busca que se le brinde, primeramente, información, la cual debe de venir acompañada de antecedentes y un seguimiento. Para que sea objetiva debe de haber en ella más de una versión.
Más estimable para el noble oficio periodístico, es el apego riguroso a la objetividad desinteresada que el mayor virtuosismo literario. Llenemos nuestros escritos de misticismo y amor por el oficio y no de  florituras estilísticas de poco provecho.
Proudhon, a quien acote en otra oportunidad, sentencia: “¡Fidelidad a la verdad, no al comercio! Tal será, mal que nos plazca, la virtud del periodista.”  
Lo que se escribe y los medios que benefician su difusión deben de ser, ante todo, instrumentos de la verdad, la justicia y el progreso, del progreso hacia adelante, no hacia arriba, como muchos han confundido.