sábado, 12 de noviembre de 2011

la responsabilidad al escribir

La libertad es del hombre el mayor de los derechos, así también como el mayor deber. Es una responsabilidad imponderable, previa  a su consecución y después de obtenida la misma libertad. Es menester entenderse así para su práctica efectiva.
Debe de defenderse su conservación, pues su existencia es inherente a su resguardo. Requiere más trabajo aun el mantenerla que su misma obtención.
Mas aun ¿Qué es de una lozanía en solitario? Después de todo ¿Qué es de mi libertad? Si no la trabajo día con día. Si excluyo de ella a mis próximos.
Bien decía Mijail Bakunin: “Mi libertad se complementa con la  de los demás”. Es entonces obligatorio, para todo libre pensador, libertar los pensamientos de sus semejantes, partir del concepto abstracto de pensamiento y de ahí bregar para la materialización de la libertad común.
Ejercer la libertad es simplemente imposible sin una concepción de ella como una virtud colectiva, por lo que, aquel que tenga en su poder el uso de la libertad, en cada una de sus acepciones, lleva consigo la obligación de trasmitirla a los demás. 
El que escribe
La escritura es la forma más sencilla y arcaica de materialización  de una idea. Si esta idea es libre, si parte de una creación, es, en sí misma nueva; tiene sobre sí, el deber y la responsabilidad  de expresarse, para así tener la mínima forma de trascendencia.
Sin embargo, una idea, concepto o concepción novedosos, no deben de conformarse con quedar plasmadas en lo escrito. Que no mueran de esta forma conformista.
Que lo que se escriba sirva de motor de cambio, de acción o de más creación; al menos, de duda y discusión. “Que valga la pena” exclamaba Joaquín García Monge.
Escribir por antojo, obligación laboral o vanagloria ¡Vaya viral defecto!
Mucho de lo que se lee en nuestros diarios no pasa de ser una agrupación datos más-o-menos narrativa, con poco o ningún valor propositivo. Es incluso difícil distinguir muchas veces la motivación inicial de quién escribe.
Penoso es leer algunos de los artículos que circulan en los medios nacionales, garabateados, parece ser, no más que por llenar las páginas con una masa informe y grisácea de  letras sin ninguna conexión entre sí, que bien valdrían de perorata electoral.
La oportunidad de trasmitir lo que se conoce o se piensa es un beneficio reservado para una minoría, que la mayor de las veces, ignora su suerte y responsabilidad; otras, dolorosamente,  lo hacen por intereses propios o de cercanos.
Los medios son escasos y pocos quiénes tienen la posibilidad de expresarse en ellos. Es hora de emplearlos en provecho de la mayoría, no de su dominio.
Para el lector
Debe de entenderse por fin, que la principal obligación del redactor de medios es con sus lectores, a quiénes les debe no solo claridad y calidad, sino desinterés total y procura por el provecho del mismo lector.
El lector es inteligente y bien sabe lo que compra. El público busca que se le brinde, primeramente, información, la cual debe de venir acompañada de antecedentes y un seguimiento. Para que sea objetiva debe de haber en ella más de una versión.
Más estimable para el noble oficio periodístico, es el apego riguroso a la objetividad desinteresada que el mayor virtuosismo literario. Llenemos nuestros escritos de misticismo y amor por el oficio y no de  florituras estilísticas de poco provecho.
Proudhon, a quien acote en otra oportunidad, sentencia: “¡Fidelidad a la verdad, no al comercio! Tal será, mal que nos plazca, la virtud del periodista.”  
Lo que se escribe y los medios que benefician su difusión deben de ser, ante todo, instrumentos de la verdad, la justicia y el progreso, del progreso hacia adelante, no hacia arriba, como muchos han confundido.




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